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¿Qué dicen tus emociones de ti?

¿Qué dicen tus emociones de ti?

¿Te reprimes la ira? ¿Evitas que te vean llorar? ¿El miedo te paraliza?

Descubre qué información puede haber detrás de tu forma de gestionar tus emociones

El ser humano es, por naturaleza, un ser emocional.

A través de nuestras emociones nos comunicamos con nosotros mismos, con el entorno en el que nos desenvolvemos y aprendemos a adaptarnos.

Todas las emociones tienen una función importante que cumplir y nos aportan determinados beneficios.

Pero ¿Qué ocurre cuando una de esas emociones la reprimimos o no la gestionamos adecuadamente?

En la mayoría de las ocasiones la gestión de las emociones viene condicionada por los aprendizajes de nuestra infancia. Por el ambiente emocional en el que nos desarrollamos.

En este artículo nos vamos a centrar en 3 de las 5 emociones básicas: tristeza, miedo e ira.

Tristeza: Alguno de los ejemplos que podemos identificar en nuestra sociedad y que está relacionado con la represión de esta emoción sería la creencia de “llorar es de débiles”. Cuando educamos a un/a niño/a desde esa percepción es muy probable que en su vida adulta reprima, a un nivel inconsciente, dicha emoción.

Otro ejemplo podría ser el de alguien que durante su infancia o adolescencia, ha tenido que sostener los estados emocionales de un padre o una madre (depresión, victimismo, tristeza crónica,…) y esto le haya condicionado a intentar mostrar una imagen de positivismo excesivo o incluso, en sus momentos más duros, dedicar su energía a sostener la tristeza de los demás en vez de permitirse la suya propia.

Ello conlleva que esa persona no se de el espacio para retraerse, permitirse soledad, introspección y descanso. La tristeza bien gestionada es una parte fundamental para afrontar los cambios de etapa y circunstancias que vamos experimentando en la vida.

«La tristeza es la noche del alma. Pero como la noche, es seguida por el amanecer.» 

 Fyodor Dostoyevsky

 

Miedo: Esta es quizás una de las emociones más “paralizante” que tenemos. ¿Cuántas cosas habremos dejado de realizar precisamente por esa emoción?. Dejar un trabajo, iniciar una relación, tener un hijo,… seguro que alguna situación te ha venido a la cabeza.

La función principal de esta emoción es protegernos de aquello que percibimos como un peligro sin embargo, llevado al extremo, nos inmoviliza y nos impide evolucionar.

Cuando observamos la infancia o adolescencia de personas que están condicionadas por el miedo, que les paraliza o limita en su propio desarrollo, solemos encontrar entornos emocionales donde ha habido una ausencia de energía masculina (normalmente el padre) o bien que quién ejercía ese rol no disponía de los recursos para tener una adecuada gestión emocional.

Por lo tanto, sentir miedo es algo natural y necesario en el ser humano. La diferencia radica en qué opción escogemos a la hora de gestionarlo, si optamos por la parálisis difícilmente conseguiremos alcanzar aquello que deseamos si por el contrario, lo convertimos en nuestro aliado, es una magnífica manera de darnos cuenta de cuáles son nuestras tareas pendientes y darnos el permiso para ir a por ellas independientemente del resultado.

“Aprendí que el coraje no es la ausencia del miedo, sino el triunfo sobre él. El hombre valiente no es aquel que no siente miedo, sino el que conquista ese miedo.”

Nelson Mandela

 

Ira: Esta emoción ya viene condicionada dentro del inconsciente colectivo. En la mayoría de los casos la observamos como algo negativo.

Las situaciones que relacionamos con esa emoción suelen ser de guerra, violencia, dolor,… Tanto a nivel social como religioso es una emoción estigmatizada y por lo tanto, muy reprimida y juzgada por el ser humano.

Sin embargo dicha emoción, desde una gestión adecuada, es la que nos permite marcar límites, establecer territorios —reales y simbólicos—, defender, defenderse e incluso conseguir energía para aproximarse a un objetivo.

La dificultad radica cuando reprimimos dicha emoción. Más tarde o temprano acabará por aparecer pero sin capacidad para gestionarla, ahí es cuando la ira se convierte en violencia.

Hay personas que en su vida adulta encuentran muchas dificultades para marcar límites, ya sea en su trabajo, en su vida familiar o incluso social. No saben decir no, claudican con facilidad ante las necesidades de los demás,… y acaban reprimiendo dicha emoción y juzgándose cuando se la permiten.

También las hay que pueden ser violentas ya sea de una manera verbal, física o incluso psicológica.

En ambos casos es muy probable que sean personas que se hayan desarrollado en un entorno donde hubo violencia y ello haya conllevado que en su vida adulta, los beneficios que dicha emoción les puede aportar, se vean anulados por el juicio hacia la misma.

“Cualquier persona puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”

(Aristóteles)

 

Es por ello que la ira, al igual que el resto de las emociones, son necesarias para el desarrollo del ser humano.

Depende de cada uno asumir la responsabilidad de reconocerlas y permitírnoslas desde el equilibrio.

¿Te has sentido identificad@ con alguna de dichas situaciones? ¿Qué emoción reprimes tú? ¿Cómo lo asocias con el ambiente emocional en el que te desarrollaste?

¿Te apetece compartirlo? Puedes hacerlo a través del e-mail info@soniamartinsilva.com

Imágenes tristeza y miedo cedidas por:  Mónica Polonio    www.monicapolonio.com
Imagen ira cedida por: WenPhotos en Pixabay